El último mes del año lo comenzamos con un artículo dedicado al creador del Suprematismo Kazimir Severínovich Malévich.
Con el suprematismo, Malévich redució los elementos pictóricos al mínimo extremo (el plano puro, el cuadrado, el círculo y la cruz), y desarrolló un nuevo lenguaje plástico que podría expresar un sistema completo de construcción del mundo, tal como el mismo Malévich definió.
Este artículo fue publicado en el número 329, correspondiente a los meses de septiembre y octubre de 2011, dentro de la sección El Internauta pictórico
Kazimir Malevich (Kiev, Ucrania, 1878-Leningrado, San
Petersburgo, 1935), fue pintor ruso. Después de estudiar arte en una academia
privada de Moscú, pintó primero cuadros de tipo impresionista para evolucionar
pronto hacia un primitivismo inspirado en los fauves y hacia un estilo tubular
semejante al de Fernand Léger. Participó con obras de este tipo en varias
exposiciones dentro y fuera de Rusia.
En sus
viajes, conoció el cubismo y el futurismo, que le inspiraron creaciones de
fragmentación formal cubista combinada con multiplicación de la imagen
futurista. Pero Malevich deseaba instaurar la supremacía de la sensibilidad
pura de las formas sencillas en las artes figurativas, y con tal objetivo fundó
el movimiento su-prematista, que se dio a conocer en 1915 a través de la obra Cuadrado
negro sobre fondo blanco. A partir de entonces, alternó
obras de una austeridad absoluta, como la serie negra, con otras de mayor
animación colorística y más dinamismo y, en ocasiones, dotadas de cierta
sensación de profundidad. Hacia 1918 se inclinó por la austeridad más absoluta
con la serie Blanco sobre blanco.
En este período, al considerar
que ya no podía llegar más lejos en sus investigaciones, abandonó la pintura
para dedicarse a la enseñanza y a la escritura, para exponer sus ideas sobre el
arte. Fue profesor en las academias de
Moscú y Vitebsk, en la Escuela Nacional de Artes Aplicadas de Moscú, y dirigió
el Instituto para el Estudio de la Cultura Artística de Leningrado.
Simultáneamente, proyectó estructuras tridimensionales que ejercieron una gran
influencia en el constructivismo soviético.
Teresa Lañarova escribió «...¿Y una vez que nos colocó delante
del abismo, qué hizo? ¿Qué hacer cuando el entorno ruso de los años veinte se
está complicando tanto para las vanguardias y burócratas-revolucionarios están
dictando cánones de los términos artísticos? ¿Qué hacer, si además, no quieres
irte (como Kandisnsky, Chagall, ...) y te gusta enseñar? Basta contemplar obras
como «Figura roja» o «Presentimiento complejo» para ver que hace un peculiar
retorno a la figuración.
Siluetas
estáticas o en movimiento, figuras planas, en ocasiones mutiladas de ojos,
brazos, barbas; otras tienen un carácter distante y monumental (Trabajadora,
1933); si algunas nos remiten a los viejos iconos rusos, otras al arte
renacentista del siglo XV.
No queda muy claro qué quiere decirnos, y nada es casual en
la obra de un pintor tan reflexivo: ¿son guiños a la cada vez mayor presión
política? ¿es un defensa del espíritu libre del campesino ruso sometido a la
colectivización y traslado forzosos? ¿es una reivindicación de su propia
autonomía creadora? (ver Autorretrato de 1933 y ese gesto de su mano que parece
sostener un cuadrado, «su cuadrado»; su vacío lo hace aún más presente, lo
reivindica con más fuerza...)». Y así, no nos cansaremos de recordar a pintores
de esta calidad, se hace el dicho que, tal vez estuvieron en el tiempo adecuado
pero no en el sitio oportuno como muchos otros de su época. El internauta
pictórico