Dedicamos el post de la penúltima semana de octubre, a un artículo aparecido en el número 331 de la revista Gal-Art, correspondiente
a los meses de Noviembre-Diciembre de 2011, en la sección: El desván de Minerva y dedicado al mar,
como fuente inagotable de inspiración artística.
Para el ser humano que posea sensibilidad extrema y
exquisitez en los sentidos, una simple palabra monosilábica como Mar, le lleva
a surcar los infinitos vericuetos de la imaginación, para encontrarse en la
cuna de las civilizaciones, Grecia, y rendir pleitesía a la suprema majestad de
Poseidón, dios del mar, de las tormentas y de los terremotos, sin olvidar los
dominios de Océano, hijo de Urano y de Gea, como enorme río que circundaba el
mundo.
El mar, escenario de gigantescos fenómenos naturales, nos
ofrece también riqueza de formas inesperadas, de alucinantes contrastes y de
minuciosos trazos decorativos: un mundo de seres que viven en perenne
renovación. Porque el mar es como la
vida misma. El movimiento es sinónimo de existencia y el invariable e impertérrito
rodar de las olas nos muestra una vitalidad constante: un dinamismo que conjuga
la fuerza y la harmonía, el equilibro y el poderío, la energía y la grandeza.
La magnitud de los océanos simboliza lo infinito y lo eterno.
Sólo de contemplarlos nacen sentimientos de libertad, de elevados ideales, de
plenitud. El entorno marítimo, pródigo
en formas y colores, tan múltiples y diversos despierta el entendimiento y da
alas a la fantasía, tal como ilustran muchas de las obras de este artículo,
donde sus autores, con pinceladas mil, infinidad de juegos cromáticos, luces
sombrías y brillantes, intensas y tenues, ofrecen a quien los contempla lo
bello y lo sublime de los paisajes costeros y de la fuerza de un mar bravío;
lo cotidiano de las artes de pesca y lo extraordinario de una apasionada
tormenta, el romanticismo de una mirada al mar y el sosiego en contemplar las
olas, el atrevimiento y la osadía de un viaje en una goleta, y placentero
caminar de pies desnudos por la orilla del mar.
El gran filósofo chino Confuncio, dijo en uno de sus
proverbios: «El hombre bueno se conforma con mirar la majestad de una
montaña. El hombre sabio prefiere la profundidad del mar».
El desván de
Minerva
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