lunes, 21 de octubre de 2013

Dedicamos el post de la penúltima semana de octubre, a un artículo aparecido en el número 331 de la revista Gal-Art, correspondiente
a los meses de Noviembre-Diciembre de 2011, en la sección: El desván de Minerva y dedicado al mar, 
como fuente inagotable de inspiración artística.








Para el ser humano que posea sensibilidad extrema y exquisitez en los sentidos, una simple palabra monosilábica como Mar, le lleva a surcar los infinitos vericuetos de la imaginación, para encontrarse en la cuna de las civilizaciones, Grecia, y rendir pleitesía a la suprema majestad de Poseidón, dios del mar, de las tormentas y de los terremotos, sin olvidar los dominios de Océano, hijo de Urano y de Gea, como enorme río que circundaba el mundo.














El mar, escenario de gigantescos fenómenos naturales, nos ofrece también riqueza de formas inesperadas, de alucinantes contrastes y de minuciosos trazos decorativos: un mundo de seres que viven en perenne renovación. Porque el mar es como la vida misma. El movimiento es sinónimo de existencia y el invariable e impertérrito rodar de las olas nos muestra una vitalidad constante: un dinamismo que conjuga la fuerza y la harmonía, el equilibro y el poderío, la energía y la grandeza.




La magnitud de los océanos simboliza lo infinito y lo eterno. Sólo de contemplarlos nacen sentimientos de libertad, de elevados ideales, de plenitud. El entorno marítimo, pródigo en formas y colores, tan múltiples y diversos despierta el entendimiento y da alas a la fantasía, tal como ilustran muchas de las obras de este artículo, donde sus autores, con pinceladas mil, infinidad de juegos cromáticos, luces sombrías y brillantes, intensas y tenues, ofrecen a quien los contempla lo bello y lo sublime de los paisajes costeros y de la fuerza de un mar bravío; lo cotidiano de las artes de pesca y lo extraordinario de una apasionada tormenta, el romanticismo de una mirada al mar y el sosiego en contemplar las olas, el atrevimiento y la osadía de un viaje en una goleta, y placentero caminar de pies desnudos por la orilla del mar.













El gran filósofo chino Confuncio, dijo en uno de sus proverbios: «El hombre bueno se conforma con mirar la majestad de una montaña. El hombre sabio prefiere la profundidad del mar». 

El desván de Minerva




No hay comentarios:

Publicar un comentario