miércoles, 10 de diciembre de 2014


La revista Gal-Art dedicó en uno de sus recientes números, un magnífico reportaje dedicado a uno de los grabadores más innovadores que ha tenido el mundo del arre GIAMBATTISTA PIRANESI.

Reproducimos a continuación el mismo, para deleite del lector y del amante del arte.


GIAMBATTISTA PIRANESI
EL GENIO EN SU MÁXIMO ESPLENDOR

Giambattista Piranesi (Venecia, 1720 - Roma, 1778), anticipó con sus grabados el papel de los arquitectos y diseñadores de la actualidad convirtiéndose en uno de los principales dibujantes de todos los tiempos y sin duda el grabador de cobre más famoso del siglo XVIII. Llegó a Roma a la edad de veinte años en el séquito del embajador de Venecia en los Estados Pontificios. Los vestigios de su historia milenaria le fascinaron desde el primer momento. Con el buril de grabador se propuso inmortalizarlas y de alguna manera proponerlos a sus contemporáneos como modelo a seguir, como canon perenne. 



Piranesi tuvo su primera formación como grabador en el taller de Giuseppe Vasi y fue en 1743 cuando realizó su Prima parte di architetture e prospettive. Fijó para siempre su proyecto artístico vital de exaltar la magnificencia de Roma a través de las docenas de estampas que más tarde se difundirían por toda Europa. Un año después estableció su residencia en Roma.







Una de las primeras y más renombradas colecciones de aguafuertes de Piranesi fueron sus Prisiones (Carceri d'Invenzione, 1745-1760), donde transformó las ruinas romanas en fantásticos y desmesurados calabozos dominados por enormes y oscuros pasadizos, empinadas escaleras a increíbles alturas y extrañas galerías que no conducen a ninguna parte. Estos grabados ejercieron una enorme influencia en el romanticismo del siglo XIX, jugando también un destacado papel en el desarrollo, ya en el siglo XX, del surrealismo e incluso en los decorados para el cine de terror.






Con respecto a sus Vedute (Vistas), especialmente las de Roma, sus interpretaciones de antiguos monumentos romanos supusieron una importante contribución para la formación y el desarrollo del neoclasicismo. En estos grabados se incluían imágenes fidedignas y exactas de las ruinas existentes, al igual que reproducciones imaginarias de antiguos edificios en las que la alteración de la escala y la yuxtaposición de elementos contribuyen a realzar el carácter de grandiosidad de los mismos. 


Santiago Amón, en 1978 comentó sobre su obra: «Haya o no un arte de siempre, es lo cierto que los grabados de Piranesi adquieren, contemplados desde el hoy, una dimensión que en sus días tal vez no tuvieron. A la luz de ciertas tendencias (o tendenzas) al uso (y ello muy al margen del consabido debate en torno al concepto de belleza eterna); la figura de Piranesi se nos hace descollante en igual medida media, posiblemente, en que se agigantan sus visiones sobre la ciudad misma (¡y era nada menos que la Ciudad Eterna!) de la que tomaron referencia y estímulo. «En él -ha dejado certeramente escrito Charles Blanc- todo es solemne hasta el énfasis, exagerado hasta lo terrible. Por él, los antiguos monumentos de Roma son más imponentes en la imagen que en la realidad»...





En la última etapa de su vida (1777 y 1778), se trasladó junto con su hijo Francesco a Paestum para estudiar los templos dóricos arcaicos que tanta curiosidad suscitaban debido a su singularidad. Nos encontramos ante una especie de testamento espiritual: Piranesi se despidió (1778 fue el año de su muerte) mostrando la abundancia de efectos sublimes que podían alumbrar las representaciones de las construcciones de la magna Grecia.




Piranesi captó y fantaseó la estratificación de vestigios sobre la que se sustenta esta ciudad única, ejemplo de conservación no conservada, de una urbe histórica que se resiste a ser parque temático bajo la invasión turística, de un patrimonio arquitectónico en el que la gente vive y pena respetándolo sin adorarlo, conservándolo en lo posible, modificándolo con tino colectivo, anónimo y espontáneo. Mario Nicolás

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