lunes, 30 de septiembre de 2013

Comenzamos la semana y el mes de Octubre con un artículo extraído del número 324 del mes de abril del año 2011,
 dedicado al Japón y a su arte. Un país de cultura exquisita y ceremoniosa. Gran conservador de tradiciones, al mismo tiempo de ser una nación económicamente potente y de influencia mundial.





Los japoneses derivan el nombre de su país de una frase china que significa: “las fuentes del sol”. La palabra “Japón” procede de la forma en que Marco Polo italianizó la pronunciación china de la palabra, a su regreso de ese país a Italia en el siglo XIII. Si bien el mercader y explorador veneciano quedó fascinado por la cultura oriental, apenas hay referencias al arte pictórico, tal como lo conocemos en la actualidad, debido a su casi inexistente producción hasta principios del siglo XIV. No obstante, en su Libro de las Maravillas Marco Polo destaca una particularidad que en realidad es todo un arte: La Caligrafía.





La caligrafía japonesa, o SHO DO, es una forma de arte plástica que tiene su origen en la escritura. El sufijo "DO" de la denominación japonesa de esta disciplina, significa precisamente "sendero" o "camino" que, de alguna forma, deja claro el planteamiento filosófico dado en la cultura oriental al arte de la escritura.
Y al hablar de "arte de la escritura" nos referimos a la forma y no al fondo; es decir, lo que se considera arte, al margen del significado de los caracteres escritos, son los propios caracteres.
Centrándonos ya en el arte pictórico, los distintos períodos de la historia japonesa, iniciándose en el llamado periodo Arcaico, antes del año 552, pasando por otros como el Asuka, el Nara, el Heian, etc., tal como ya se ha indicado,  el arte japonés fue poco original. Durante siglos, los pintores de la isla no concibieron nada que no fuera una imitación de las obras chinas y coreanas. 



En Japón se venían realizando grabados de madera desde la antigüedad. No obstante, eran unas piezas burdas en comparación con el arte chino, hasta durante el período Edo o también llamado Tokugawa, (1600-1868), y hasta el  Meiji o el actual Taisho y Showa, la demanda de los llamados Ukiyo-e (Estampas del mundo que fluye. Láminas de pintura de género que en la actualidad de podrían equiparar a la xilografía japonesa, cuya realización se dividía entre pintores xilográficos y grabadores), vino a estimular este arte.
El arte tiene en la cultura japonesa un gran sentido introspectivo y de interrelación entre el hombre y la naturaleza, representada igualmente en los objetos que le envuelven, desde el más ornado y enfático hasta el más simple y cotidiano. Esta simplicidad provocó en pintura una tendencia hacia el dibujo lineal, sin perspectiva, con abundancia de espacios vacíos, que sin embargo se integran armoniosamente en el conjunto. 



El amor de los japoneses por la belleza de la naturaleza, forjó todo un mercado de volúmenes de pájaros y flores, y también de guías que mostraban lugares famosos. La misma técnica del Ukiyo-e se basaba en esas viejas convenciones, de las cuales no pudo escapar por completo el siglo XVIII. De hecho, a finales de ese siglo, la perfección del color y del dibujo que habían caracterizado la pintura popular. Pasó a ser un asunto del pasado.
Nombres como Kitagawa UTAMARO, Katsushika HOKUSAI, son los más relevantes del arte pictórico japonés, trascendiendo su maestría hasta los confines de la vieja Europa. Otros artistas, también de gran prestigio, aunque no tan conocidos, continuaron y desarrollaron la técnica Ukiyo-e. De algunos de ellos exponemos sus obras. 


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